domingo, 3 de julio de 2011

Estupidiario: bobos... ¿inconscientes?

Saludos a todos los que me estáis leyendo.

Hay una cosa sobre los tontos que me intriga más que por qué pulsan los dos botones para llamar el ascensor: ¿sabe un tonto que lo es?

El otro día iba con Nélida a un centro comercial para comprar unas cajas de plástico que habíamos encargado. Son semitransparentes y muy útiles para guardar los zapatos: no dejan huecos entre ellas como si fueran de distinto tamaño y sabes lo que hay dentro sin tener que rebuscar en medio trastero.

En el aparcamiento vimos una plaza libre al lado de los accesos. Cuando íbamos hacia ella oímos un pitido y vimos un coche que venía a toda leche desde el fondo del aparcamiento. Lo primero que pensé es que tenían una urgencia, no me entra en la cabeza que nadie vaya rápido en un aparcamiento si no es por un buen motivo. Nélida frenó cuando tenía el morro del coche casi dentro de la plaza para no estar en movimiento y que el otro pudiera pasar sin problemas, y en vez de pasar por detrás, puso su morro casi contra el nuestro, de forma que ninguno de los dos podía aparcar. Comienza el absurdo.

En el coche iba una sola mujer con aspecto de no haber roto un plato en su vida. Empezó a señalarse el pecho con el dedo, diciendo algo que obviamente no podíamos oír, pero que entendíamos sin problemas. Visto el panorama, me bajé del coche para hablar con ella.

Al principio no bajó la ventanilla, pero luego dejó una rendija. La conversación fue más o menos así:

- ¿Te importa quitar el coche? Nos gustaría aparcar.

- Yo lo vi primero. Lo he visto desde ahí y he dado la vuelta al parking para cogerlo.

- Sí, ya te he visto venir como una loca desde el fondo, pero los sitios no tienen nombre. Si no te importa, quita el coche y déjanos aparcar.

- Yo lo vi primero.

- Ya, pero haberlo visto no te da derecho a aparcar. Nosotros hemos llegado antes y ya hubiéramos aparcado si no hubieras montado ese espectáculo. Si no te importa, quita el coche.

- Voy a aparcar. Yo lo vi primero.

Un bucle. A los tontos les encanta entrar en bucle. No hay forma de sacarles de ahí. Si se tratara de algo más valioso que una plaza de garaje, lo hubiera intentado (aún sabiendo que es tarea imposible), pero preferí dejarla ahí con su plaza.

Cuando estudiaba en la Facultad hace años, me encontré con una boba del mismo corte. Si querías sentarte en un buen sitio, había que madrugar. Había gente que se dedicaba a coger sitios para otros (para diez o doce, no tenían ningún tipo de vergüenza). Ponían unas cuantas carpetas de cartón en las mesas y se iban tan contentos. Un día, según estaba dejando mis cosas, una compañera se quitó un guante y lo lanzó a mi mesa. Yo cogí el guante y lo tiré al suelo. Ella sonrió y ¡se encogió de hombros! ¿A qué tipo de idiota le puede importar un rábano pisar a los demás? ¿No son capaces de ponerse en el lugar del otro? Son como la mona de la que ya he hablado, tan idiotas que no ven nada anormal en lo que hacen.

Estoy seguro de que este tipo de tontos no son conscientes de su tara. Qué pena.

viernes, 18 de marzo de 2011

Estupidiario: ¿subes?

Me encantaría saber qué impulsa al ser humano (principalmente a los especímenes que calzan cara de haba), a pulsar las dos teclas de llamada del ascensor, la de subida y la de bajada. Reconozco que me obsesiona el tema. Estoy yo ahí, esperando que llegue el ascensor, con sólo un botón encendido, y noto que se acerca alguien por detrás. Mal asunto, un sospechoso. Mira los botones y, por otro motivo que desconozco, mira a los que esperan. En ese momento ya no es sospechoso, ahora es culpable sin remedio. Se acerca a los botones y ¡zas!

Lo peor es cuando el ascensor para, se apaga el botón de bajada, y el especimen en cuestión pregunta... ¿sube? Sí, subirá CUANDO HAYA BAJADO.

La madre que me parió.

sábado, 13 de noviembre de 2010

El rumor

Saludos a todos los que me estáis leyendo.

Llevo varios días pensando en lo absurdos que son los rumores. Una persona ve algo y saca sus conclusiones. Se lo cuenta a otros, que a su vez lo transmiten a otros, y en cada salto la información, ya incierta de partida, se va deteriorando. Alguno de estos afirmará que lo sabe de buena tinta, o que estaba ahí cuando pasó. Se crean varias versiones del rumor, que se transmiten, se cruzan y se combinan hasta que al final pierden el interés. Años después, alguien se acuerda de la historia y la revive en cualquiera de sus versiones, aún más deteriorada por el paso del tiempo.

El rumor debe despertar interés y ser creíble o, al contrario, completamente inverosímil. En tiempos de desinformación, estamos dispuestos a creernos cualquier cosa con tal de llenar nuestra sed de noticias. Terreno abonado.

Hay creadores profesionales de rumores, traficantes de noticias. Llegan hablando de cualquier cosa y en un momento dado, bajan la voz y te largan la pildorita. Los rumores se cotizan en el mercado en que se mueven estos individuos. Los de mayor valor son los que se propagan rápido como la pólvora, pero su precio cae en picado en consonancia con su difusión.

Sabiendo todo esto (para lo que tampoco hay que ir a estudiar a Salamanca), es increíble pensar en la credibilidad que se le da a los rumores.

Hay que ser tonto.

domingo, 10 de octubre de 2010

Desmadre en Decathlon

Hola a todos.

Ayer nos acercamos a Decathlon, una tienda de artículos de deportes, para coger algo de ropa para salir al campo. La escena que nos encontramos allí me llenó de vergüenza ajena. El sitio estaba lleno de padres con sus retoños sueltos como si estuvieran en el parque de atracciones. Por los pasillos rodaban pelotas de todos los tamaños, monopatines y patinetes. Los niños le daban al hula-hop en cualquier sitio. Entre el ruido de los niños y el de los padres llamándoles a voces, lo único que apetecía era salir de ahí cuanto antes.

Lo peor era ver a algunos padres haciendo lo mismo. En vez de enseñar a sus hijos un poco de educación, estaban jugando con ellos como si fuera lo más normal del mundo: coges lo que sea de la estantería, lo usas en mitad de la tienda, lo dejas tirado por ahí cuando estés harto y te vas con cualquier otra cosa. Imagino que luego se quejarán si se llevan algo a casa y ven que está usado.

A todo esto, los empleados de la tienda atendían con una sonrisa y sin dar indicios de que la situación les pareciera extraña.

Cuando yo era pequeño, en el momento que me desmadraba mis padres me llamaban al orden sin contemplaciones. No guardo en la memoria ninguna visita a una tienda donde se me permitiera coger nada de lo que hubiera expuesto, ni siquiera usar algo que fuéramos a comprar pero aún no hubiéramos pagado.

Con una educación así, ¿qué podemos esperar?

lunes, 30 de agosto de 2010

La mala baba de la mona

Hola a todos.

El otro día en el programa Redes de Eduard Punset, se puso un ejemplo de inteligencia animal. A un grupo de monos se le dejó fruta a su alcance, mientras que otro grupo estaba detrás de una valla, desde donde se podía ver la fruta pero no cogerla. Una de las monas que sí podía alcanzarla se la ofrecía a los miembros del otro grupo y, cuando estaban a punto de hacerse con ella, se la retiraba para burlarse de ellos. Explicaban que el acto implicaba inteligencia porque la mona era capaz de imaginar lo que sentían los otros.

Estoy de acuerdo en que actos como el de la mona requieren cierta inteligencia, pero poca. Una mona más lista hubiera ido un poco más allá y se habría puesto completamente en el lugar del otro, sintiendo su frustración y su rabia hasta el punto de superar la satisfacción por tocar las narices. De hecho, si fuera más lista podía haber pensado que en el futuro le podía tocar a ella estar al otro lado de la valla, con lo que antes le hubiera convenido haberse llevado bien con sus vecinos.

Comportamientos como el de la mona se ven a diario entre las personas. A mi modo de ver, tanto el egoísmo como la mala fe son síntomas bastante claros de tener las miras cortas. Pensar en las consecuencias de nuestros actos y mostrar empatía supone más esfuerzo intelectual. Si nos esforzáramos en ello, nos iría mejor como especie. Por desgracia, parece que las ganas de fastidiar aparecieron muy pronto en la carrera por convertirnos en lo que somos. ¿Llegaremos en algún momento a librarnos de ellas? Más nos vale.

jueves, 18 de febrero de 2010

Y de regalo, una entrada para el estupidiario: el cappuccino del VIPS

Hay una cosa que me gusta de los VIPS: el cappuccino. El café es malo de narices, pero con los cappuccinos ponen una bola de nata que lo compensa con creces. Me encanta el contraste de frío/calor, café asqueroso/nata deliciosa.

Aquí viene la gracia: dentro de los menús del VIPS puedes tomarte de postre unas tortitas con nata, café y no sé cuántas cosas más, pero no un cappuccino. Yo siempre intento hablar con el camarero y explicarle lo caro que resulta hacer unas tortitas frente a un cappuccino. Si el camarero tiene con dos dedos de frente, termino con un cappuccino en la mesa. Si no,...

Señores del VIPS: por favor, metan el cappuccino en el menú. Y no rebajen la calidad de la nata.

Gracias.

Inflexibilidad

Salud a todos los que me estáis leyendo.

Una de las cosas que más asocio a los tontos es la falta de flexibilidad. El tonto se agarra a la norma y a la costumbre como si le fuera la vida en ello, lo que encuentro fascinante. Son los amigos del no, porque lo digo yo, porque lo dice la norma o porque lo dice el Padre Domingo Ortega. Qué castigo divino...

En el trabajo, la cerrazón suele ir de la mano de la mediocridad. Añade a la mezcla el cargo de jefe, agita, y tienes una pesadilla andante. El jefe mediocre y cerrado de mollera se cierra en banda en cuanto se siente cuestionado, cosa que ocurre con frecuencia, claro. Usa la norma como arma arrojadiza para terminar con las discusiones que se le escapan de las manos. Se siente a gusto en su redil de seguridades artificiales, donde todo está perfectamente controlado. Y es probable que él mismo intente tapar los posibles huecos a base de proponer nuevas reglas.

Lástima que la vida sea tan imprevisible. Debe de ser muy duro encontrarte de golpe con que las cosas no son como debieran, sino como son. Que tu niño te salga fontanero cuando tú le veías ingeniero, o que el tren se averíe, o que tu pareja te ponga los cuernos, es menos duro cuando sabes que las cosas se apartan del rumbo que intentamos ponerle. Shit happens.

No quiero decir con esto que esté en contra de las normas. Por el contrario, creo que son útiles, pero con mesura. Y que, llegado el momento, hay que saber saltárselas. Por cierto, esto da gustito (también con mesura).

Mientras escribo esto tengo puesta en la tele "Cadena perpetua". La he visto más de cinco veces, y la he disfrutado todas. Supongo que algo habrá tenido que ver en ponerme a escribir esto.

Algo.