sábado, 13 de noviembre de 2010

El rumor

Saludos a todos los que me estáis leyendo.

Llevo varios días pensando en lo absurdos que son los rumores. Una persona ve algo y saca sus conclusiones. Se lo cuenta a otros, que a su vez lo transmiten a otros, y en cada salto la información, ya incierta de partida, se va deteriorando. Alguno de estos afirmará que lo sabe de buena tinta, o que estaba ahí cuando pasó. Se crean varias versiones del rumor, que se transmiten, se cruzan y se combinan hasta que al final pierden el interés. Años después, alguien se acuerda de la historia y la revive en cualquiera de sus versiones, aún más deteriorada por el paso del tiempo.

El rumor debe despertar interés y ser creíble o, al contrario, completamente inverosímil. En tiempos de desinformación, estamos dispuestos a creernos cualquier cosa con tal de llenar nuestra sed de noticias. Terreno abonado.

Hay creadores profesionales de rumores, traficantes de noticias. Llegan hablando de cualquier cosa y en un momento dado, bajan la voz y te largan la pildorita. Los rumores se cotizan en el mercado en que se mueven estos individuos. Los de mayor valor son los que se propagan rápido como la pólvora, pero su precio cae en picado en consonancia con su difusión.

Sabiendo todo esto (para lo que tampoco hay que ir a estudiar a Salamanca), es increíble pensar en la credibilidad que se le da a los rumores.

Hay que ser tonto.

domingo, 10 de octubre de 2010

Desmadre en Decathlon

Hola a todos.

Ayer nos acercamos a Decathlon, una tienda de artículos de deportes, para coger algo de ropa para salir al campo. La escena que nos encontramos allí me llenó de vergüenza ajena. El sitio estaba lleno de padres con sus retoños sueltos como si estuvieran en el parque de atracciones. Por los pasillos rodaban pelotas de todos los tamaños, monopatines y patinetes. Los niños le daban al hula-hop en cualquier sitio. Entre el ruido de los niños y el de los padres llamándoles a voces, lo único que apetecía era salir de ahí cuanto antes.

Lo peor era ver a algunos padres haciendo lo mismo. En vez de enseñar a sus hijos un poco de educación, estaban jugando con ellos como si fuera lo más normal del mundo: coges lo que sea de la estantería, lo usas en mitad de la tienda, lo dejas tirado por ahí cuando estés harto y te vas con cualquier otra cosa. Imagino que luego se quejarán si se llevan algo a casa y ven que está usado.

A todo esto, los empleados de la tienda atendían con una sonrisa y sin dar indicios de que la situación les pareciera extraña.

Cuando yo era pequeño, en el momento que me desmadraba mis padres me llamaban al orden sin contemplaciones. No guardo en la memoria ninguna visita a una tienda donde se me permitiera coger nada de lo que hubiera expuesto, ni siquiera usar algo que fuéramos a comprar pero aún no hubiéramos pagado.

Con una educación así, ¿qué podemos esperar?

lunes, 30 de agosto de 2010

La mala baba de la mona

Hola a todos.

El otro día en el programa Redes de Eduard Punset, se puso un ejemplo de inteligencia animal. A un grupo de monos se le dejó fruta a su alcance, mientras que otro grupo estaba detrás de una valla, desde donde se podía ver la fruta pero no cogerla. Una de las monas que sí podía alcanzarla se la ofrecía a los miembros del otro grupo y, cuando estaban a punto de hacerse con ella, se la retiraba para burlarse de ellos. Explicaban que el acto implicaba inteligencia porque la mona era capaz de imaginar lo que sentían los otros.

Estoy de acuerdo en que actos como el de la mona requieren cierta inteligencia, pero poca. Una mona más lista hubiera ido un poco más allá y se habría puesto completamente en el lugar del otro, sintiendo su frustración y su rabia hasta el punto de superar la satisfacción por tocar las narices. De hecho, si fuera más lista podía haber pensado que en el futuro le podía tocar a ella estar al otro lado de la valla, con lo que antes le hubiera convenido haberse llevado bien con sus vecinos.

Comportamientos como el de la mona se ven a diario entre las personas. A mi modo de ver, tanto el egoísmo como la mala fe son síntomas bastante claros de tener las miras cortas. Pensar en las consecuencias de nuestros actos y mostrar empatía supone más esfuerzo intelectual. Si nos esforzáramos en ello, nos iría mejor como especie. Por desgracia, parece que las ganas de fastidiar aparecieron muy pronto en la carrera por convertirnos en lo que somos. ¿Llegaremos en algún momento a librarnos de ellas? Más nos vale.

jueves, 18 de febrero de 2010

Y de regalo, una entrada para el estupidiario: el cappuccino del VIPS

Hay una cosa que me gusta de los VIPS: el cappuccino. El café es malo de narices, pero con los cappuccinos ponen una bola de nata que lo compensa con creces. Me encanta el contraste de frío/calor, café asqueroso/nata deliciosa.

Aquí viene la gracia: dentro de los menús del VIPS puedes tomarte de postre unas tortitas con nata, café y no sé cuántas cosas más, pero no un cappuccino. Yo siempre intento hablar con el camarero y explicarle lo caro que resulta hacer unas tortitas frente a un cappuccino. Si el camarero tiene con dos dedos de frente, termino con un cappuccino en la mesa. Si no,...

Señores del VIPS: por favor, metan el cappuccino en el menú. Y no rebajen la calidad de la nata.

Gracias.

Inflexibilidad

Salud a todos los que me estáis leyendo.

Una de las cosas que más asocio a los tontos es la falta de flexibilidad. El tonto se agarra a la norma y a la costumbre como si le fuera la vida en ello, lo que encuentro fascinante. Son los amigos del no, porque lo digo yo, porque lo dice la norma o porque lo dice el Padre Domingo Ortega. Qué castigo divino...

En el trabajo, la cerrazón suele ir de la mano de la mediocridad. Añade a la mezcla el cargo de jefe, agita, y tienes una pesadilla andante. El jefe mediocre y cerrado de mollera se cierra en banda en cuanto se siente cuestionado, cosa que ocurre con frecuencia, claro. Usa la norma como arma arrojadiza para terminar con las discusiones que se le escapan de las manos. Se siente a gusto en su redil de seguridades artificiales, donde todo está perfectamente controlado. Y es probable que él mismo intente tapar los posibles huecos a base de proponer nuevas reglas.

Lástima que la vida sea tan imprevisible. Debe de ser muy duro encontrarte de golpe con que las cosas no son como debieran, sino como son. Que tu niño te salga fontanero cuando tú le veías ingeniero, o que el tren se averíe, o que tu pareja te ponga los cuernos, es menos duro cuando sabes que las cosas se apartan del rumbo que intentamos ponerle. Shit happens.

No quiero decir con esto que esté en contra de las normas. Por el contrario, creo que son útiles, pero con mesura. Y que, llegado el momento, hay que saber saltárselas. Por cierto, esto da gustito (también con mesura).

Mientras escribo esto tengo puesta en la tele "Cadena perpetua". La he visto más de cinco veces, y la he disfrutado todas. Supongo que algo habrá tenido que ver en ponerme a escribir esto.

Algo.

domingo, 3 de enero de 2010

El tonto con pito

Salud a todos los que me estáis leyendo.

Nélida repite de cuando en cuando una frase que se refiere a la entrada de hoy: cualquier tonto con pito, capitán general.

Por algún motivo que desconozco, los tontos suelen tener cierto afán de protagonismo. El tonto no es capaz de determinar hasta dónde llega su responsabilidad, no es consciente de quién se la proporciona ni de las consecuencias de sus decisiones. Se ponen contentos de tener algo que les aparte temporalmente del desprecio que suelen provocar en los demás, y ejercen sin pararse a pensar si el pito les viene grande. Y a veces se atribuyen responsabilidades sin que nadie se lo pida.

Estas Navidades he tenido un familiar ingresado en el hospital. Normalmente, cuando los médicos pasan a ver a los pacientes hacen que los acompañantes salgan de la habitación, pero algunos permiten que se queden. El caso es que mientras dos personas limpiaban la habitación, vinieron los médicos y yo me salí, pero me quedé junto a la puerta intentado oir lo que decían. Cuando me vio una de las limpiadoras, le pidió a la otra que cerrara la puerta. Cuando la volví a abrir, vino ella y la cerró. La mala leche que me entró en ese momento tenía que haber bastado para provocarle por lo menos flatulencia.

No contenta con eso, cuando salió de la habitación se puso a darme un discurso sobre las normas del hospital. "Los acompañantes se tienen que salir cuando vienen los médicos". Yo, que no sé callarme, le contesté que eso dependía de los médicos, a lo que me dijo "Eso es con todos los médicos". Tuvo que cerrar la boca cuando le dije que esa misma mañana me había quedado dentro cuando vinieron otros especialistas.

Y digo yo: ¿quién es esa señora para decidir por los médicos? ¿Molestaba yo a alguien? ¿Hubiera hecho lo mismo si fuera su hijo el que estuviera ingresado?

Este tipo de personaje aparece perfectamente reflejado en "La lista de Schindler". Se trata del policía del ghetto judío. Cuando uno de los judíos que va a entrar le pregunta qué es la insignia que lleva en el abrigo, le contesta orgulloso que el Judenrat tiene su propia policía. "¿Te imaginas, yo policía? Sé que cuesta creerlo...", a lo que el otro contesta con sorna "No, no me cuesta creerlo".

Ni a mí.